18.11.2014

Bomba atómica – Palabra del día

Los rayos X y la radiactividad eran dos temas candentes en el mundo científico cuando Robert Cromie escribió una novela titulada The Crack of Doom (1895) sobre un científico loco que inventa una bomba con «grandes reservas de energía etérea almacenadas en el enorme almacén atómico de este planeta». El libro fue elogiado por H. G. Wells, quien posteriormente hizo la primera referencia a una bomba atómica en la última parte de su trilogía de ciencia ficción The World Set Free (El mundo liberado). Aquí, otro científico consigue convertir una sustancia denominada carolinio en tres bombas atómicas que contienen un alto grado de destrucción y que continuarían explotando indefinidamente.

Tras descubrirse la radiactividad, la sensación predominante era que la física estaba a punto de experimentar un avance decisivo que transformaría la guerra. Sólo tres años después, en la revista Yale Review, Simeon Strunsky toma el relevo de Wells y sigue este hilo de pensamiento en su artículo The Prolongation of Peace: «Si puedes dejar caer una sola bomba atómica y destruir París o Berlín, entonces la guerra se habrá convertido en algo monstruoso e imposible». Continúa diciendo: «Tras matar mujeres y niños desde el aire, resulta difícil creer que un dispositivo mecánico como la bomba atómica evitará para siempre que los hombres luchen entre ellos».

La palabra bomba atómica se siguió usando durante los siguientes treinta años, aunque de forma poco frecuente. Está claro que Leo Szilard leyó The Word Set Free dos años antes de descubrir cómo liberar exactamente energía en una reacción en cadena, idea que patentaría en 1934. Sin embargo, fue el uso real de las bombas en Hiroshima y Nagasaki a finales de la Segunda Guerra Mundial lo que extendió su uso a nivel mundial. En ese año, se produjo un gran salto, pasando de un uso prácticamente inexistente a la inclusión de una referencia a las bombas atómicas en algo así como el 5 % de todos los libros de ciencia ficción.