21.01.2016

Pesimismo – Palabra del día

Esto va a salir mal. Con suerte leer nuestra palabra del día no será una mala experiencia, pero así es como suelen ver las cosas las personas de naturaleza pesimista. Cierto es que dejar atrás el glamour y la emoción propios de las vacaciones no ayuda demasiado, como tampoco lo hace estar inmersos en plena temporada de frío y nieve, pero a menudo el pesimismo va más allá de un simple estado de ánimo estacional. Ahora bien, independientemente de los factores que puedan contribuir a este estado, ¿qué podemos decir de la palabra en sí?

Si bien nuestra palabra, pesimismo, procede directamente del vocablo francés pessimisme, su verdadero origen lo encontramos en el latín (pessimus), lengua en la que adquiere el significado de “peor o más bajo”. Al contrario que el optimismo, el pesimismo es, en pocas palabras, el estado de ánimo o la disposición psicológica que sostiene que, con independencia de la situación ante la que nos encontremos, probablemente se dará el peor de los desenlaces. En un sentido filosófico, tal y como expresaron pensadores de la talla de Schopenhauer, Nietzsche, Rousseau y Dostoyevsky, el pesimismo consiste en desinflar las excesivas aspiraciones de algunas filosofías reparando en posibles consecuencias negativas.

Pesimismo- La historia

El primer uso de la palabra pesimismo del que se tiene constancia se remonta a 1794, cuando Samuel Taylor Coleridge la adaptó directamente del francés, escribiendo en sus cartas lo siguiente: “Es casi tan malo como la casa de labranza de Lovell, lo que significaría una caída en picado a las profundidades del Mar Muerto del Pesimismo. ” 40 años después de la introducción de la palabra, el pesimismo empezó a entenderse en lengua inglesa como un extremo que debía ser equilibrado cuando el Edinburgh Review mencionó que “Los extremos, en cualquiera de sus formas (optimismo o pesimismo), no pueden ser buenos.” Allá por 1878, Edward Dowden dio su opinión acerca del pesimismo filosófico, mencionando sus beneficios y afirmando que: El pesimismo de nuestros días aspira a ser constructivo.

La mayor parte del tiempo atribuimos al pesimismo connotaciones negativas; no obstante, como suele ocurrir en el género filosófico, el pesimismo puede tener sus beneficios. Así, por ejemplo, una encuesta realizada en el Reino Unido en mayo de 2015 demostró que una clara mayoría (51 %) de los adultos británicos creían que la juventud actual tendría una peor calidad de vida al alcanzar la madurez, lo que supone un aumento del 16 % en comparación con los resultados obtenidos en 2011 y cuatro veces el porcentaje registrado en 2003 (12 %). Si bien esta encuesta evidencia el pesimismo predominante entre la mayoría de los británicos en relación con este tema, el mero hecho de que la población se dé cuenta del problema indica que hay mayores probabilidades de que se tomen medidas para corregirlo.

En cambio, una visión excesivamente optimista no repararía en el problema, lo que impediría tomar medidas para corregirlo o evitarlo. Así, no todas las formas de pesimismo tienen por qué ser negativas, pero al igual que ocurre con el alcohol del que dimos buena cuenta en Nochevieja, debemos saber dónde está el límite.